La Maratón de mi vida
Es difícil aceptar que no todos somos iguales en los primeros años de nuestras vidas. Las diferencias causan miedos y rechazos. Cuando no eres aceptado dentro de un canon de supuesta normalidad, sientes dolor y tristeza fuera del refugio de tu hogar. Cuando yo era pequeño no era el más listo de la clase, ni el más guapo, por lo único que destacaba era por mis defectos. Mi hirsutismo junto con una severa educación apagó mi alegría a una temprana edad. Fuera de mi círculo de amigos, mi timidez, en especial con las chicas, se tomaba como un desprecio. Con el tiempo, las personas con quienes me relacionaba se redujeron a la mínima expresión, y mi voz se perdía en un hilo de escasa audición al querer comunicarme. Cada vez me sentía más solo y triste. Mis amigos crecían a un ritmo que yo no podía seguir, y, cuando quería dar el paso, el ridículo más estrepitoso era el resultado. Siempre llegaba tarde. Al final, encontré una evasión: fiestas y videojuegos. Me aislé del mundo y busqué refugio en las cosas que me proporcionaban destellos de felicidad. Un día, desperté. Al mirar a mi alrededor vi claramente lo que no quería ser, cómo no quería acabar. Me dignifiqué, cometí errores, empecé a madurar. Algunos de aquellos supuestos amigos se quedaron en el camino, otros siguieron a mi lado. Aquellos que aceptaron mis cambios y que fueron más flexibles con mi amanecer, son hoy en día mis hermanos. Empecé a ver el mundo de una manera diferente, vi todas sus posibilidades. Nací a mis veinticuatro años.
Con ilusiones renovadas, y con el objetivo de ser feliz redescubriéndome a mí mismo, conocí a la mujer de mi vida. La lucha no había hecho más que empezar. Algunos no vieron con buenos ojos nuestra relación y pusieron trabas en el camino. Lucharon por destruirla, a ella y a mí. Eso me hizo caer en una profunda depresión. Caí en un abismo que me llevó a medicarme durante un largo tiempo. Mi mujer nunca me abandonó. Me enseñó a vivir, me mostró el lado bueno de la vida y lo afortunados que éramos de vivirla. Todo lo que soy hoy en día se lo debo a ella.
Empecé a correr. Primero tres minutos, luego cinco, diez, veinte, encontré un espacio en mi vida para pensar y aclarar ideas. Volví a salir del pozo. Me levantaba cada día con energía renovada. Luché por mejorar mi situación financiera, y encontré un mejor trabajo. Uno de aquellos a los que supuestamente según familiares y amigos no podía aspirar. Lo estaba haciendo. Nunca más me paré a escucharles. Nunca más creí que ellos sabían más que yo de mí mismo.

Tuve dos hijos maravillosos. El primero nació con dificultades, más de las que muchos creen saber hoy en día. Es un luchador. Nunca estará solo. El segundo me recuerda a mí. Le gusta divertirse, busca la aceptación de los demás constantemente. Cuando se siente apartado, le rompen el corazón. Hablo con él siempre que puedo, en ocasiones parece que no me escucha, pero cuando menos lo espero cita mis frases. Les quiero con locura.
Entre el nacimiento de mis hijos retomé una afición de infancia. Algo que me encantaba, me divertía, relajaba y evadía. Los cómics. Hoy en día són una parte importante de mi vida. Más que una afición, es una pasión.
El aceptarme a mí mismo, el comprender mi cuerpo, me llevó a entender que cada uno tenemos un proceso, una forma de hacer las cosas, de vivirlas. Por así decirlo, cada uno caminamos a nuestra manera. Me di cuenta que el esfuerzo y la constancia eran armas muy poderosas. Empecé a caminar por la montaña. A mi ritmo había llegado hasta donde nunca antes había soñado. Me sentía bien. Hice mi primer tresmil, no en coche o en teleférico, si no cómo se debe hacer, caminando, sintiéndome libre y en armonía con la naturaleza. Había conectado con el mundo. Nunca más volví a mirar las montañas de la misma manera, cobre conciencia del mundo en el que vivía. Los años me llevaron a cumplir uno de mis sueños, alcanzar la cima de la Pica d’Estats. El punto más alto de Catalunya. Cruzar las montañas, estar en contacto con la naturaleza y su fauna, atravesar la nieve y deslizarme por sus rocas, despertó en mí un impulso imparable.
A medida que fueron creciendo mis hijos, salir a disfrutar de la naturaleza se hacía más complicado. Los horarios lo eran todo. Me centré en correr. Podía salir a buscar mi momento y regresar más rápido a casa para hacer mis labores y ayudar a mis hijos en sus estudios. La idea era buena, el resultado final distó mucho de lo que pensábamos en un principio. Con el tiempo, lo de correr se volvió una forma de vida, una necesidad imperiosa para sentirme bien mental y físicamente. Me animé. Corrí 5K, 10K, 15K, mi primera 1/2 Maratón o incluso la mítica Behobia – San Sebastián. Pero algo siempre rondaba por mi cabeza: la Maratón.
Cuando comenté en casa la posibilidad de intentar hacer un Maratón, mi mujer estuvo a mi lado, me animó como siempre y lo padeció como nunca. Por fechas, ya no tenía la posibilidad de apuntarme a la Marató de Barcelona, que es la que más ilusión me hacía por ser la capital de mi tierra. Busqué y encontré una en Girona, la Marató d’Empúries. Entrené muy duro, hubo todo tipo de días, mi cuerpo no había sufrido nunca de esa manera, fue doloroso. Durante el entrenamiento hubo fracasos y alegrías, aprendí a escucharme y a darle importancia a una alimentación saludable. Estaba preparado. Nunca llegué a correr aquella Maratón. Se canceló por tramontana, un fuerte viento típico de l’Empordà.

No me iba a rendir, tenía un objetivo, quería ser un ejemplo para mis hijos y para todas aquellas personas a las que les cuesta creer en sí mismas. Esta vez tenía más tiempo. La temporada de maratones daba su fin, por lo que tendría que esperar al año siguiente. Me apunte al Marató de Barcelona 2020. Todo volvía a empezar, la lucha continuaba y en casa lo padecian. Me entrené como nunca, alcancé mi mejor forma física hasta la fecha. Realicé una prueba de esfuerzo y estaba sobradamente preparado. Nunca corrí aquel Maratón. La COVID-19 llegó a nuestras vidas.
Todos hemos pasado por esta pandemia. Algunos la han sufrido más que otros. Muchas personas se han quedado por el camino. También he perdido a otras en este tiempo por otros motivos. Me abandoné.
Pasado un tiempo recibí un email. La Marató de Barcelona volvía a activarse. Tenía la posibilidad de recuperar el dinero de la inscripción o correrla en su nueva edición. Tomé la decisión de correrla, pero en verdad nunca creí que se fuera a disputar. Así, volví a calzarme las zapatillas de runner y salí a correr con menos convicción que nunca. Entrenar en mitad de un verano es algo excesivamente difícil. El calor, la mala alimentación y la baja forma física en la que me encontraba hacía de esa situación algo surrealista. No sabía el porqué, pero algo me impulsaba a seguir corriendo. Llegó septiembre. Desperté. Las noticias del COVID-19 eran favorables y parecía que poco a poco todo iba cobrando un aire de antigua normalidad. Había engordado muchísimo y era imposible bajar de peso en un corto espacio de tiempo, por lo que busqué ayuda profesional. Ahora sí, con la convicción que la Marató se iba a disputar, sufrí, caí, me levanté, luché y comprendí que no llegaría nunca a alcanzar el estado físico anterior a la pandemia. Lo acepté.
La última semana fue un calvario. Asuntos personales afectaban mi cabeza. En el penúltimo entrenamiento notaba pinchazos en gemelos, cuádriceps y aductores. La desilusión hizo mella en mí. Pero si hay algo capaz de curarlo todo, es el amor de mi mujer y mis hijos. Me relajé. Uno de mis mejores amigos, mi hermano, me llamó para darme ánimos. Fui a buscar el dorsal y esperé que llegara el gran día.
Domingo siete de noviembre de dos mil veintiuno. Elena, mi mujer, me acerco a la salida. Nos despedimos con besos y abrazos. Ella sabía que era un día muy importante para mí, que hay muros que cuesta derribarlos, que necesitaba correr, que si no lo conseguía habría un vacío en mi vida. En esos momentos sobran las palabras y las miradas lo dicen todo.

Todos al cajón de salida. Allí estaba, solo y a la vez tan acompañado. Tanto sacrificio, tanto esfuerzo, tantas horas invertidas, tantas lágrimas caídas, tanto tiempo esperando para enfrentarme a lo que yo pensaba que era la Maratón de mi vida. El speaker jaleaba a la multitud. Montserrat Caballé y mi querido Freddie Mercury entonaban Barcelona por todo lo alto. Rafagas de fuego se alzaban al viento mientras los corazones de los corredores latian cada vez con más fuerza. Concentración, objetivo, correr según lo planeado. El sonido de una bocina. Es la hora. Empecé a correr con temor. No conseguía coger el ritmo. Éramos muchos y todos teníamos nuestra historia. En el kilómetro tres vi caer al primero. Me hizo pensar. Yo estaba preparado, podía hacerlo, respiré hondo y conecté. Ritmo. Al pasar el Camp Nou recordé buenos tiempos, partidos increíbles, noches de ensueño. Mi mente se refugiaba en los recuerdos, mientras mis piernas hacían su trabajo. Una recta. Un giro a la derecha. Llegamos a la estatua de Joan Miró: Dona i Ocell. Seguimos, ahora sí, con fuerzas y alegría. Admiro una ciudad donde he vivido muchas cosas. Me despierto con el clamor de la gente, vecinos que abandonan sus casas para jalearnos al paso por su barrio. Respiro. Me gusta. Pasada la Sagrada Familia nos acercamos al kilómetro quince, un momento crucial dentro de la Marató de Barcelona. Ascendemos por la avenida Meridiana. Tres kilómetros en los que no hay que perder la cadencia. Estoy entero, hay que reservar fuerzas para lo que ha de venir. kilómetro diecinueve, todo sigue su curso y me relajo entrando en un mar de pensamientos que me hacen perder la conciencia por un tiempo. Vuelvo en sí en el ecuador, todo va según lo planeado. Elena y los niños deberían estar en el Kilómetro treinta y uno. Yo lo veia dificil tal y como iban las cosas. Mi ritmo de carrera era mayor del esperado. Acerté. No nos vimos por escasos minutos. Pero encontré una solución para dejarlos tranquilos. Les llamé en mitad de la carrera. Todo va bien cariño, lo voy hacer, os quiero. Sus voces resonaban dentro de mí cuando llegó el momento de la verdad. Pasado el Fórum, los puntos de malestar de la última semana hicieron presencia. Un dolor permanente se apoderaba de mis piernas. El gemelo derecho palpitaba. Los cuádriceps y aductores parecían agarrotarse. Entré en pánico. El miedo y las dudas nublaban mi mente. Al paso del arco del triunfo alcé la vista al cielo. Abuela ayúdame. Volví a pensar en ellos, en mis hijos, en sus besos, en el amor incondicional de mi mujer. Miré más atrás en el tiempo. Miré a un niño con miedos y vergüenzas. Miré a una persona sin futuro. Vi cómo se alzó. Vi todo lo que había hecho. Y pasó. Volé.
Los últimos dos kilómetros fueron de los momentos más especiales en mi vida. Lloré como pocas veces lo había hecho. Todo quedaba atrás. Lo mejor estaba por llegar. El ruido de la gente era ensordecedor. Todos buscaban un familiar o amigo. Yo encontré al mío. Mi hermano Marc, aspeaba los brazos como loco. Solo pude decirle dos palabras. Te quiero. Encaré la recta final desbordado de emociones, y alcancé mi meta. Creo en mí.
El resto es historia. Al finalizar la Marató encontré a mi mujer, a mis hijos y a los amigos que habían venido a apoyarme. Hoy estoy completo. He despertado a tiempo. Mi Maratón continua. Sigo corriendo la Maratón de mi vida.
Ficha técnica
Evento | Zurich Marató Barcelona 2021 |
Fecha | 7 Noviembre 2021 |
Lugar | Barcelona |
Grande, Javi! Precioso y necesario escrito, enhorabuena por ello y por la vida que hay detrás
¡Gracias Aleix! ¡Que no nos detenga nadie!
Se lee como un buen relato, de principio a fin sin poder parar. Eso ocurre cuando sale del corazón. Me alegro muchísimo por ti amigo mío. No camines nunca.
Muchísimas gracias por tus palabras Toni. ¡Un abrazo inmenso!