Invencible

Invencible una vez, Invencible siempre

Quizá sea la persona menos indicada de todos mis compañeros –o no la más oportuna ya que de esto no he visto el anime, coff coff– para hablaros de esta carta de amor superheróica surgida de la mente maestra de Robert Kirkman. Quizá me haya subido a la parra en mis pequeños soplos de grandeza intermitentes al sentirme escritor barra reseñador barra influenser del papel (y cobrar por ello, que fantasear es gratis, eh), pero me he dejado llevar por esa sensación de calorcito que te eriza el vello de la nuca produciéndote ese gozo lector cuando sabes a ciencia cierta que estás disfrutando y mucho, e Invencible y Mark Grayson lo han conseguido.

Invencible es los Vengadores, la Liga de la Justicia, es esa estructurada amenaza que va de menos a más en la Stormwatch de Warren Ellis. Es ese recorrido desde los albores del cómic a los refritos actuales. Al homenaje y la parodia y a la delgada línea de ambas para arrancarnos una carcajada y dejarnos boquiabiertos. Invencible es el deseo más húmedo del más ferviente lector idílico de comicsbooks vintage de capas y mallas y que sirve de Biblia perfecta repleta de salmos y evangelios alrededor de un ente iluminado y fuera de toda duda, pero llena de conflictos: el poder y sus consecuencias. Ese Un gran poder conlleva una gran responsabilidad” y todos los titubeos que eso conlleva, tenga poderes o no/sea humano o no, un ser vivo que vive y respira.

Y, que no os engañe el guionista de Richmond con esa ristra de músculos y cuerpos henrycavillísticos. Que hable de superhéroes, villanos, dominación mundial o extraterrestres poderosos y sus naves espaciales con armas capaces de destruir ciudades y esa habitual manía de dominar la Tierra. Que disfrutemos como gorrinos en un charco de una cantidad palpable de luchas brutales con sangre a borbotones y disfraces de colorines desgarrados y hechos jirones. Invencible habla de la vida. Mark Grayson es nuestro Peter Parker de aquella Marvel primeriza. De ese estudiante que tiene que lidiar con un día a día que se le acaba haciendo siempre cuesta arriba. De una sociedad a veces demasiado egoísta y de unas relaciones personales peliagudas luchando constantemente contra unas desbocadas hormonas.

Todo extrapolado, casi minuciosamente diría yo, a las inquietudes, miedos y trabas actuales y pasados por un filtro de sensibilidad difícil de conseguir cuando el escaparate y las luces deslumbrantes siempre acaban apuntando a los poderes y a surcar los cielos. En uno de los podcasts donde hablamos sobre Invencible (link aquí) y, más concretamente, de su protagonista Mark Grayson, mi compañero Martín recalcó que crecer como lector a la vez que veía crecer al personaje era un elemento que te hacía empatizar más allá de la propia lectura, que estabas leyendo extractos de una vida. Es como ver volar a Christopher Reeve en 1978. Precioso, elegante y digno.

Y, particularmente en mi caso, es una gozada que tras releerme casi 50 números años después, haya disfrutado mucho más de ese portentoso homenaje. De esa inmaculada oda que Robert Kirkman hace al mundo de los superhéroes. Que beba tan descaradamente de Erik Larsen y su Savage Dragon y que no le de miedo gritar en sus historias que disfrutó del ostentoso noventismo de armaduras imposibles y coloridos trajes pero auto contenido –muy inteligente, sí señor– y siempre bajo la mirada de un guionista notable que no quiere abandonar esos ojos de niño cuando, seguramente, leía una cantidad ingente de grapas arrugadas en la casa del árbol una y otra vez, ¿a qué os acordáis siempre positivamente de Dave Filoni cuando mete mano en Star Wars porque se respira el amor que tiene por la franquicia hasta en los más mínimos detalles? Eso es Kirkman a Invencible.

Y toda esa luminosidad que rodea a los superhéroes, a esos adalides que surcan los cielos cargados de ideales y que muy bien lleva representando Superman en DC o el Capitán América en Marvel durante tantos años, se lleva al dibujo sin titubear. La formidable función en el apartado artístico es de sobresaliente. El tremendo buen hacer de Ryan Ottley, en la mayoría de números, o de Cory Walker en los primeros arcos, son fundamentales para que ese concepto del héroe como abanderado de la justicia se respire y funcione a la perfección. Dibujo, color y tinta, todos van de la mano de una forma que casi parece que estén manipulados por la misma persona. Una retroalimentación entre guionista y artistas que se saborea.

Invencible es una de esas series titánicas con pocos agujeros y espacios desaprovechados con los que apuntar con el dedo a su creador. Un ejemplo de cómo se puede copiar, influenciar y dorarle la píldora al fan y conseguir un producto majestuoso para que el lector pueda abrazarlo cada cierto tiempo y volver a disfrutar que consigue, como hace Saga por ejemplo, tener un elenco de personajes dispares y funcionales de los que cuesta prescindir u olvidar. Invencible consigue que los superhéroes molen más allá del fandom, de malas épocas creativas y de cualquier nuevoscincuentaydos o estocambiaráeluniversoparasiempre de turno. Invencible es, a cualquier nivel de placer, esa almohada que abrazas fuerte para disfrutar de un sueño reparador tras un día agotador.

Ficha técnica

Título originalInvincible
AutoresRobert Kirkman, Ryan Ottley, Cory Walker, Cliff Rathburn, Francisco Plasencia
EditorialAleta Ediciones, ECC Ediciones
Fecha de publicaciónDiciembre 2003

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