Hay un platillo volante en mi sopa
“Los avistamientos no son raros ni aislados”. Eso mismo afirmaba hace escasos días en el Capitolio y bajo juramento David Grusch, ex oficial de inteligencia. Que el Gobierno estadounidense oculta tanto naves de origen extraterrestre como “restos no humanos”, así que yo me pregunto ¿estamos ante otra cortina de humo barra espectáculo yanqui o delante de otro militar pirado? El tema de los ovnis da para muchas teorías conspiranoicas y, sobre todo, para fantasear y crear una infinita combinación de historias alrededor del misterio y de la eterna pregunta de “¿estamos solos en el universo?”, así que aprovecho para rescatar una de mis primeras reseñas de un cómic que me crucé casi sin querer cuando salir de Marvel y DC era territorio inhóspito para un servidor y que me hizo reafirmar mi opinión de un gigante a los lápices como Ben Templesmith.
Experimentos con extraterrestres, los conocidos Hombres de Negro y sus flashes vigilando por nuestra seguridad planetaria. Lo que se os ocurra está relacionado directa o indirectamente con el Área 51 pero, ¿qué maldita cosa es verdad y qué es más falso que un dibujo decente de Rob Liefeld? La palabra clave es ARCHIBALD *utiliza el flash y lo olvidáis todo*. Solo tenéis que tener en mente que pese a la multitud de referencias y obvias influencias que encontraréis aquí, siempre diré que esto es una fornicación golosa de Expediente X, Men in Black y la obra maestra de Tim Burton Mars Attacks! Todo bajo el humo de John Constantine –ya entenderéis esta referencia esto al final–.

Todo transcurre en la más absoluta normalidad para los ciudadanos del mundo. Barnabus Bauer viaja en su coche por Portsmouth cuando una luz le ciega… ¡EXTRATERRESTRES! Pero lo que parece una “inspección corporal” con sonda incluida llevada a cabo por criaturas de ojos enormes y piel gris es más de lo que parece, mucho más e involucra a más seres humanos que a visitantes galácticos. Cuando la situación se complica y los experimentos secretos realizados a Bauer se les van de las manos, Leticia Pope, una infame mujer de negro con mucha mala leche, tendrá que ir a buscar –y encontrar– al hijo de éste, Karl.
Cuando Karl Bauer pisa una de las instalaciones más secretas y protegidas del mundo, el Área 51, se dará cuenta de que los experimentos con extraterrestres de los que tanto ha oído hablar son sólo la punta del iceberg y que el gobierno norteamericano lleva años trazando un gran plan en el cual, para su sorpresa, él tiene mucho que ver. Bueno, él y un visitante de otra galaxia amante de los cigarrillos y bastante peculiar llamado Archibald. No, si al final este tal David Grusch va a tener razón y todo.
Lo que Chris Ryall consigue con todo esto es una especie de road movie –salvando las distancias– con extraterrestres. Una persecución que se va fraguando en la misma instalación secreta y que comienza con la llegada de Karl, detonante de todo y eje central de la historia. El guionista toma conocidas referencias del género fantástico como E.T. y Elliott, la parafernalia de Men in Black o los mencionados al principio Expediente X y Mars Attacks! –y seguro que muchas más que se me escapan–. Todas ellas están, de una forma u otra, presentes en la historia, siempre dejándose llevar por un tono de humor catastrófico considerable.

Groom Lake bebe de todo eso y se enriquece de tal forma que todo tiene sentido. El formato de cuatro números le da muy buen ritmo a la historia tanto al principio, aportando personajes y datos para situar al lector, como en el tramo final, donde la acción es más frenética y cada situación sucede muy deprisa. Todo ello sin la sensación de celeridad atropellada –dado que la sencillez del argumento ayuda–. Tiene un envoltorio de divertimento que luego, y sin arrepentimiento por ello, desaparecerá de tu cabeza. Pero eh, que nos quiten lo leído.
Ben Templesmith es uno de esos dibujantes que con solo tres trazos ya deja marcado a fuego su estilo. Posee un dibujo muy característico, uno que incluso podría catalogarse no de feista, sino de esos que a muchos no les llega a gustar lo suficiente como para leer sus cómics. A mí, personalmente, me encanta ya que encaja a la perfección con las obras en las que se ha involucrado. Empezando por Criminal Macabre –donde le conocí o en terrenos más mainstream como Gotham by Midnight –si os digo esta ristra de títulos es para que vayáis apuntando–. Todos tienen en común ese toque fantasmagórico, misterioso y siempre tétrico pero teniendo muy presente lo terrenal, lo mundano. Rostros fantasmales que acojonan y que te meten de lleno en lo que quiere contar.

Pero ojo, que la paleta de colores es otro elemento característico y con personalidad propia –y fundamental para este tipo de historias–. Como buen dibujante curtido en tantos títulos, sabe elegir los tonos adecuados para transmitir al lector. Incluso explosiones, deslumbramientos o focos de luz que son elementos muy luminosos les da ese tono de nube grisácea por encima, de halo ceniciento como si para él nunca saliera el sol del todo. Es como si John Constantine –aquí tenéis explicada la referencia que apuntaba al principio– pintara con el humo y la ceniza de su cigarro.
Groom Lake es una historia muy disfrutable que, sin ser la repanocha en originalidad, te deja con la sensación de haber contado algo diferente sobre un tema muy manido. Que te plantea el típico rollo americano de platillos volantes pero donde el humor es lo que acaba predominando. Humor absurdo en muchos momentos. Una combinación que le sienta muy bien dejando al lector, con toda seguridad, con ganas de saber más sobre sus personajes, que ya es decir mucho.
Esta reseña, modificada y actualizada, formó parte originalmente de Zona Zhero.
Ficha técnica
Título original | Groom Lake |
Autores | Chris Ryall, Ben Templesmith |
Editorial | IDW Publising |
Fecha de publicación | Octubre 2016 |