Cómo salvar la industria del cómic sin tener ni puta idea

Verdades como puños

Hace mucho que no escribo. De hecho, casi ya ni leo. Yo, que he defendido el mundo de las viñetas con uñas y dientes, siento que he perdido la ilusión. He sido derrotada por una cantidad ingente de publicaciones que me han hecho leer basura hasta agotarme, hasta llegar a preguntarme por qué me gusta leer. Esto ha sido agravado por la necesitad de escribir reseñas para que esta web tenga contenido, y cuando hablas de obras por las que no sientes pasión, este, mi hobby, acaba siendo una obligación, un trabajo no remunerado, que me provoca hasta ansiedad. Lo cierto es que sí, se ha aumentado el número de publicaciones, como pedíamos, y echo de menos cuando solo salían 4 tebeos, pero de una calidad superior. Si a esto le sumamos que antes compraba cajas y cajas de cómics y ahora por el mismo dinero me llevo una bolsita de mierda, y encima el autor no recibe casi nada del pastel pues… en fin. Y como no sería yo si no os contase ahora alguno de mis traumitas del pasado…

Érase una vez, una cría medio princesa, medio punki (sí, siempre he sido rarita) que encontró un amigo fuera de su tan amada música, el cómic. Descubrí historias alucinantes, siendo algo especial para mí, el ver crecer, casarse, tener hijos y morir a Wally West. Durante esa época de mi vida, encontré en una de los grandes editoriales a personajes que admiraba, comprendía y amaba. Sufrí cuando Barbara Gordon perdió la movilidad de las piernas y lloré cuando lucho por volver a andar. Me dejé llevar por el aplastante optimismo de Dick Grayson. Me sentí abrumada por la decisión de qué Diana me gustaba más, si la amante de la paz o la implacable guerrera amazona. Y disfruté cada segundo de la personalidad de Dinah y de cómo ponía en su sitio al pijo anarquista de Oliver Queen. Lo que siempre tuve claro es que Guy Gardner es el Green Lantern que más mola, que Barry Allen debería haberse quedado muertito y que Tim Drake sería mejor Batman que Bruce Wayne.

Como veis, mi amor por DC es grande, o al menos lo era hasta que los editores dejaron de respetar las creaciones de tantos grandes autores, y dejaron que autores con enormes egos, faltasen al respeto a esos personajes y a sus antecesores. Sí, sé que me vais a decir que el autor puede hacer lo que quiera porque es un artista y luego mañana os quejareis de que los creadores no tienen derechos sobre los personajes… ¡Decidíos de una vez! En resumen, Heroes en crisis fue la gota que colmó el vaso. Pase de comprar todas las colecciones a sólo una. Había aguantado mucha porquería, pero que faltasen al respeto a Wally West ya fue algo que decidí no tolerar.

No abandoné los tebeos entonces, porque hacía muchos años que había descubierto que todo lo que había perdido DC, su capacidad de criticar, de analizar, de retar a la sociedad, podía encontrarlo en aquello que erróneamente llamaban cómic independiente. Y, sinceramente, es ahí donde encontré lo mejor que me ha aportado este medio.

Ahora me siento culpable, siento que pedí un deseo a un genio y el muy cabrón me la jugó. Soñé con un aumento de publicaciones, con que más autores encontrasen un hueco en este mundillo y descubrí que a veces hay que tener cuidado con lo que uno desea. Las publicaciones desbordaron las tiendas, hasta tal punto que el pequeño comercio se veía incapaz de mostrar todo lo que había, viéndose sepultadas obras en las estanterías, ya que no se podía promocionar todo. Pero eso no fue la peor parte. Lo peor es que intentaba llegar a todo lo posible y compraba más de lo que debía, para ayudar a los autores y a mi tan amado librero. Leía sin parar. Me gastaba cantidades ingentes de dinero. ¿Para qué? Mi librero tuvo que cerrar su tienda debido a una industria mal organizada. Yo acabé harta de tanta publicación mala. Los autores… creo que eso mejor os lo cuentan Javier Marquina y Rosa Codina en Cómo salvar la industria del cómic sin tener ni puta idea.

Aunque llevo 700 palabras hablando de mis traumitas con los tebeos, en realidad, esta es una reseña de una obra que ha conseguido que tenga ganas de volver a escribir. Porque entre toda la mierda que se publica todavía hay material en el que merece la pena dejarse el dinero. Y, este análisis de esta industria que nos trae a todos de cabeza, es una de ellas.

Siguiendo la misma fórmula que en el fanzine Cómo hacer un cómic sin tener ni puta idea, Marquina y Codina hablan al lector sobre cada uno de los problemas de la industria nacional. Algunos podrán pensar que es un arrebato de dos autores que han decidido ponerse a lloriquear, pero, entre bromas, nos encontramos con un análisis muy profundo del que no se salvan ni ellos mismos. Porque aquí la culpa no es de uno solo, sino de todos nosotros. Y esa es la parte que más me ha gustado, la capacidad de los autores de analizar su tarea y darse cuenta que a lo mejor los autores nacionales no se están adaptado a los gustos de los nuevos lectores. Todos nos quejamos de que las nuevas generaciones no leen, pero es que a lo mejor obras sobre la Guerra Civil (a ver si superamos ya el traumita) les importan una puta mierda.

En conclusión, Marquina es un macarra que dice verdades como puños, aunque a algunos les joda y Codina es una de las mejores artistas de este país, que consigue divertirme con su dibujo hasta llegar a llorar de la risa.

Moraleja: destrucción del orden mundial.

Ficha técnica

Título originalCómo salvar la industria del cómic sin tener ni puta idea
AutoresJavier Marquina, Rosa Codina
EditorialECC Ediciones
Fecha de publicaciónMarzo 2023

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *