Neo-Tortugomanía, volumen I
“Cuatro estilos diferentes, unidos como uno solo. Al enfrentarnos a un enemigo común, somos una máquina bien engrasada. Pero cuando estamos fuera de servicio… como el agua y el aceite” Donatello, gran tortuga, mejor técnico informático y lo que le echen.
¿Por qué he tardado tanto en hablar de las Tortugas Ninja que IDW lleva editando desde 2011 y ECC en perfecto castellano desde finales de 2020? Buena pregunta así que respondiendo a ella os tengo que admitir con la mano en el corazón que necesitaba sentir en mi caparazón cómo la tortugomanía, que ya invadió a los críos de los 90, es ahora una realidad palpable que disfruto cada vez que entro en redes sociales y veo como lectores de toda la vida reafirman su pasión de antaño. En cómo, a su vez, aparecen nuevos ojos que se maravillan con un universo más extenso de lo que puede parecer desde fuera.
Las Tortugas Ninja son el perfecto sueño americano. El insignificante individuo que curraba en el garaje de sus padres y ahora tiene una mansión de tres plantas, piscina climatizada y una cancha de baloncesto donde invitar a Vince Carter a hacerse unos helicópteros y reventar la canasta. La creación de Kevin Eastman y Peter Laird pasó de cómic underground autopublicado en una casa con un letrero en la fachada que decía Mirage Studios (curioso que pasara lo mismo con la Motown en Detroit, pero eso es otra historia) a convertirse en un imperio multimillonario de una cantidad ingente de merchandising y posteriores productos audiovisuales que siguen lanzándose, donde ya Netflix ha sacado el talonario.

¿Qué haríais si pudierais repetir vuestros mayores logros? Superarlos más si cabe ¿No? Pulirlos y, casi de forma instintiva dada la experiencia adquirida, actualizarlos. Ese es uno de los pilares más importantes de este sonado y fructífero reboot. Kevin Eastman ha visto en esta oportunidad la mejor baza para resarcirse de errores pasados cuando vendió su creación al mejor postor por el vil metal desentendiéndose de los procesos creativos mientras pudiera nadar en dólares. Incluso llegó a dejar de hablarse con Peter Laird, amigo y también padre de la criatura. Aquí el guionista y dibujante de Portland es asesor y co-guionista junto a un soberbio y apasionado Tom Waltz y ese enorme trabajo conjunto se respira como puro oxígeno caminando por el planeta rojo.
El amor incondicional por estos quelonios se pasea, gustándose hasta la saciedad, por todas las historias, nutriéndose a cada arco y aumentando el lore hasta superar al cómic original. Pero no una superación en cuanto a calidad, ojo. Es imposible elevarse por encima de un producto adelantado a su época en narración y dibujo o en profundidad emocional –sí, sí, no exagero–. No creo que un cómic tan hijo de su época como la idea surgida en 1984, más macarra y bruta, pueda compararse a esta actualización que, si bien es más para todos los públicos y se siente cómodo dentro del comicbook mainstream norteamericano, está lejos de ser un cómic juvenil y mucho menos infantil: Think in green, think better.

Pero cuando hablo de actualización no lo digo en el sentido de eliminar elementos viejos para reinventarlo todo desde cero. Eso habría sido un error monumental que hasta daría la sensación de tufillo mercenario dolarístico una vez más. Afortunadamente, el universo de las Tortugas se enriquece agarrando con fuerza los pilares fundamentales que la convirtieron en lo que actualmente es mientras repite nuevas fórmulas en un laboratorio que está dando muy buenos resultados. Incluso incidiendo en el mensaje sobre marginación, integración y cooperación por ser diferentes. Y ahora sumadle un sinnúmero de guiños a la de los 80 como que empezaran todos con las cintas rojas o que Raphael estuviera perdido tanto emocional como físicamente. Todo esto y más son claros ejemplos del respeto absoluto por los cimientos sin eliminar ni un ápice las cuatro formas de ser de cada una de ellas –quien dice cuatro, dice cinco *guiño guiño*–.
Y el dibujo me parece muy acertado aunque a veces dé la sensación de sucio o irregular dependiendo del dibujante. Es más eso, una mera percepción que se va diluyendo una vez entras al juego de la historia y te enamoras de sus caparazones, aunque bien es verdad que, como suelo decir, tanto las Tortugas como los Power Rangers tienen esa ventaja intrínseca de personajes coloridos de trajes molones que deslumbran a la apreciación visual del lector y quedan tan bien en las viñetas que cualquier estilo de dibujo funciona. Desde Dan Duncan hasta Jodi Nishijima, que no os asusten los más de veinte dibujantes que han pasado por la franquicia, que todo está como tiene que estar y eh –tenía que decirlo– esto no es Marvel ni DC –qué a gusto me he quedado–.

IDW marcó el camino de cómo rejuvenecer un producto que además había envejecido bien. Un cómic como pocos en el mundo que dejó una huella incontestable y para siempre. Eterna. Y que ahora está más viva que nunca gracias a un extenso recorrido que, a día de hoy ya tiene 124 números, varias miniseries, diversos one-shots y, lo que es más asombroso, un nuevo personaje que viene a tambalear la ya anticuada idea de que los caparazones bajo las alcantarillas de Nueva York son cuatro. No sé vosotros pero a mí esto me ha dado energías para dos vidas más ¡COWABUNGA!
Ficha técnica
Título original | Teenage Mutant Ninja Turtles |
Autores | Kevin Eastman, Tom Waltz, Bobby Curnow, Brian Lynch, Dan Duncan, Matt Santolouco, Franco Urru, Andy Kuhn |
Editorial | ECC Ediciones |
Fecha de publicación | Diciembre 2020 |