Cuando un lugar forma parte de nosotros
De pequeño yo era un chico con mucha imaginación, a veces supongo que hasta desmesurada. En mi mente llegué a imaginarme que todo en esta vida tenía alma y personalidad, hasta los objetos más absurdos de mi casa, como podía ser el sofá, la nevera o el televisor. Pero si hay algo que para mí respiraba vida propia, esa era mi casa en general, un viejo piso en un barrio obrero y modesto. Mejor dicho, en lo que los demás denominaban el peor barrio de Alcalá de Henares, mi ciudad. Para mí, en cambio siempre fue el paraíso, mi hogar, donde he sentido las primeras experiencias de tantas cosas geniales que nunca podré olvidar y que, aún hoy me vuelven a la mente, como me ha pasado al leer este cómic. Sensaciones que se han removido en mí, recuerdos de las personas que quiero, de experiencias vividas y de los que ya no están por desgracia. Tras 2 mudanzas en las que he podido vivir en dos casas más aparte de esta, nunca he podido rescatar esa sensación de hogar que tienes en la casa donde creciste, a pesar de haber vivido en lugares geniales en los que quieres estar. La realidad es que la casa donde vivimos marca una época en nuestras vidas, nos arraiga a un tiempo y unos recuerdos, sensaciones distintas, casi como si narrara cada viñeta de nuestra historia.
Esta sensación creo que es más sentida por la gente cuando has crecido con tu familia compartiendo una casa de verano o un pueblo en las vacaciones de verano. En mi caso no es algo que viviera exactamente, pero no me cuesta entender esto, puesto que en esas etapas se disfruta muchísimo del tiempo pasado con los familiares en playas, pueblos y demás sitios de desconexión, donde se viven momentos inolvidables. Todas esas experiencias arraigan a un lugar transportándote directamente allí al llegar, y temiendo perderlas cuando ese lugar se aleja.

Y, es precisamente todo esto lo que la guionista Séverine Vidal quiere contarnos en esta obra, la figura de esa casa de la playa en la que cada verano una familia se junta para vivir unas semanas increíbles juntos de felicidad y cordialidad. Nos presenta como protagonista a Juls, quien está pasando un momento horrible ya que ha perdido a su marido. Embarazada pero triste por la perdida, vuelve un verano más a esa casa de verano llena de recuerdos de la familia, pero también los vividos con su pareja fallecida, un cóctel de sentimientos difíciles pero que debe afrontar. Para ello, tendrá alrededor a su gente más querida que intentará hacer de esos días un verano más de los de antaño. Sólo hay un problema, el tío Albert pocos días antes de que se vayan a juntar, anuncia que quiere vender su parte de esa casa de verano que comparten todos. Esta noticia cae como un jarro de agua fría para todos, en el peor momento posible, y amenaza con que ese verano se convierta en una guerra de familiares llena de discusiones. Para todos, pero sobre todo para Juls, perder esa casa significa mucho más que deshacerse de unos ladrillos. Significa perder los recuerdos y sensaciones que conviven con el lugar.
Y son precisamente todas esas percepciones las que plasma de forma magistral el dibujante Víctor L. Pinel, quién te hace empatizar con sus dibujos con escenas que pueden parecer cotidianas en cualquier verano como leer una revista en la playa, hacer castillos de arena, preparar una barbacoa en el jardín o tumbarte en una hamaca con tu primo a charlar. Realmente consigue trasladarte a esos momentos y contagiarte de esa sensación de hogar y familia, de esa desconexión del mundo que consigues con en la estación estival. Tocar la hierba del jardín, ponerte bajo la sombra de un árbol, leer un libro, admirar el mar de noche, todo momentos y emociones que hemos sentido alguna vez a los que no damos importancia y, en cambio ahora añoramos tener tiempo para sentirlas más. Este dibujante tiene la capacidad de hacerte viajar no solo por la historia, sino por los sentimientos de todos sus personajes.

Con el guion de la mente de Séverine Vidal y los lápices habilidosos de Víctor L. Pinel, comenzará un viaje por la historia de esta familia, pero sobre todo de esta casa, verdadera protagonista de toda la obra. Tendremos flashback de tiempos pasados en los que veremos que este hogar tiene mucho más que contar de lo que sus propios habitantes pueden imaginar. Y lo mejor de todo, terminarás este cómic habiéndote emocionado, pero sin evocación de tristeza y de pesar. Te dará calorcito al corazón como el propio sol jugando en el mar, cuando nuestros padres nos perseguían como locos con la crema solar para que no nos quemáramos. Entonces, al acabar de leerla, cerraréis este libro con una sonrisa de satisfacción y con muchos recuerdos de tiempos pasados geniales.
Para despedir esta reseña quiero dejaros con una anécdota que va ligada bien a todo lo que se narra aquí. Hace un año que me mude a un nuevo piso, junto con mi pareja Berta, que ahora mismo andará corrigiéndome esta reseña porque soy un desastre escribiendo, y gracias a ella saco las cosas en condiciones. Nuestra casera el día que nos dio las llaves no pudo aguantarse las lagrimas y se hecho a llorar. Era la primera vez que la iban a alquilar, ya que junto con su pareja y sus dos hijos se mudaban a otra casa. Nos dijo que ese piso estaba lleno de recuerdos importantísimos para ella, que por favor cuidáramos de esa casa porque en ella había visto crecer a sus hijos y había vivido años de felicidad pura. Nos abrazó deseándonos que nosotros fuéramos tan felices en ese lugar como había sido ella misma. Y así está siendo.
Ficha técnica
Título original | La Casa de la Playa |
Autores | Séverine Vidal, Víctor L. Pinel |
Editorial | Nuevo Nueve |
Fecha de publicación | Octubre 2019 |